por Sebastián Torres / De Media Chilena

Era casi la 1 de la mañana y el partido entre Nicolás "Maximus" Massú y Stefan "Jack Bauer" Koubek parecía no avanzar. Era el cuarto set (ganaba Nicolás por 6-4, 4-6 y 6-4) y la noche se hacía cada vez más y más larga. El partido llegaba a las 4 horas y nosotros (los inocentes espectadores) no veíamos por dónde se podía vulnerar al porfiado tenista europeo. Disfrazado de Thomas Muster (el notable tenista de la misma nacionalidad), Koubek quería demostrar que podía silenciar a la Medialuna de Rancagua, por todos los medios posibles. Entre más apremiado se veía, mejor jugaba. ¿Qué se podía hacer? Quizás nosotros teníamos la respuesta, pero por una pantalla de televisión no se le podía decir a Massú que es lo que había que hacer. Y de pronto, el frio de anoche se volvió casi congelado cuando vimos a Nicolás desplomarse en la cancha con una mueca de dolor. El silencio se hizo latente. La angustia se respiraba en cada sector de mi casa (por lo menos). Podíamos ver que se venía lo peor.
El público en Rancagua no daba más. En la tarde ya había sufrido con Paul Capdeville, que cayó por 7-6(2), 4-6, 6-2, 5-7 y 6-4 ante Jurgen Melzer, y ahora estaba sufriendo con el eterno héroe. Pero no había que quedarse callados. El público así lo entendió y un estruendoso "¡Olé, olé, olé, olé! ¡Nico, Nico!" comenzó a escucharse con fuerza en la Medialuna. Y Massú, tras escuchar esos gritos de guerra, volvió con todo a la lucha, con la premisa de escribir una página más en la historia del tenis chileno.
Ya eran casi las 2 de la mañana y los puntos se volvían incesantemente largos. Cada punto era una angustia eterna. Cada punto de Koubek era acumular más y más rabia en la sangre, pensando en que después vendría un punto de Massú que serviria como un desahogo gigantesco. Y así paso. Koubek tuvo tres posibilidades de quebrar y, con eso, servir para llevarse el partido. Pero Nico dijo otra cosa y siguió extendiendo más y más el partido. Se cumplían las 5 horas de match y el cuarto set se iba a un tie-break. Era ahora o nunca. Era el momento para sellar una noche dramática.
Comenzó bien el Nico, llevándose el primer punto. Pero no supo sobrellevar la presión y perdió los 2 puntos siguientes. Su polola, Dayane Mello, y su madre, la tía Sonia, sufrían como nadie. Solabarrieta gritaba una y otra vez su clásico "¡Vamos, Nico, que se puede!" y nosotros, en nuestras casas, listos para dormir, veíamos como Nicolás perdía esos 2 puntos y lo alentábamos más.
Una serie de errores de Stefan Koubek (por fin) le dio la ventaja a Massú por 6-3 en el tie-break. Tres puntos de partido. Ahora era el momento...pero no se pudo. Koubek igualaba la cuenta a 6 y todo volvía a estar igual de tenso que al principio del tie-break.
Pero el cambio de lado parece que aleonó más a Nicolás. Entró con todo, se llevó un punto para ponerse 7-6 y esta oportunidad sí que no había que dejarla pasar. Ahora sí había que cerrarlo...y por fin lo logró. El revés de Koubek que se quedaba en la malla y Massú tirado en la cancha. Tirando el gorro. Como en muchas de esas jornadas gloriosas. Con la mirada perdida y con el equipo rodeándolo para celebrar. El equipo austríaco que felicitaba, hidalgamente, al equipo chileno y al público, y el eterno "Yogur de Mora" descorchando la champaña desatando la fiesta en la fría noche rancagüina. Y Massú que tomó el micrófono para despacharse unas frases para el bronce: "¡Les agradezco el apoyo que me dieron porque estaba raja!" y "En la vida nada es imposible...¡nada hueón! ¡Ni una hueá!". Además, Massú expresó su deseo de que vuelva González "para que volvamos a ser un equipo (...) dejemos de lado las diferencias".
Y luego, a celebrar. Total, es su fiesta. Que venga el que sea. Ojalá Israel, para esa dulce revancha.