por Sebastián Torres / De Media Chilena


Comprar los abonos para los partidos mundialistas fue un atado más o menos. Mis amigos ya los habían comprado y yo era el único rezagado que faltaba. Pasearme por fuera de la Municipalidad de La Florida me bastó para llevar el dinero necesario y comprar los abonos. Era algo distinto para mí. Era la primera vez que tenía que elegir un asiento sólo para mi. Fue entretenido, pero estresante. Por cosas del destino, no terminé sentado al lado de mis amigos, sino que ellos terminaron sentados al medio de la galería norte y yo a su derecha, justo donde un agujero que quedaba de la separación del techo de la galería con el de la tribuna pacífico me hacía cagar de calor, porque el sol pegaba fuerte en esos días.
No era difícil llegar al Estadio Bicentenario de La Florida. Una micro y bastaba. El problema era que esa micro tenía que darse una vuelta extensa, porque las calles colindantes al recinto estaban cerradas. Tenía que pegarme una caminata de casi 2 cuadras desde que me bajaba de la micro para poder llegar al juguete nuevo de los floridanos.
Recuerdo que ese día el estadio estaba practicamente vacío. Igual había que pensar en la hora y en el día. Era un día jueves y eran las cuatro de la tarde. No se podía pedir mucho. Además, las casi 1000 personas que habían en ese partido estaban de terno y corbata, como diciendo "Hola cabros, vengo de la pega".
En el partido de esa tarde calurosa (bastante calurosa), se enfrentaban las selecciones de Canadá y Japón. Partido raro, pero había que verlo. Para eso había pagado más de 7 luquitas.
Recuerdo que nos burlábamos del desempeño de los "Niñitos Pokemones" de Japón...OH, WAIT! Verdad que eran niñas. Bueno, en realidad, nos reíamos del desempeño de ambos equipos. Equipos desordenados, sin un trato pulcro de la pelota y gritando a cada rato, porque las cosas no les salían.
Era divertido escuchar a los locutores del estadio: una mina hablando en español y un tipo que parecía que recién estaba aprendiendo a hablar en inglés. Ambos eran los encargados de informar sobre los cambios, los minutos de descuento y las autoras de los goles.
Recuerdo también que ese día, la barra nipona llamaba la atención por su entusiasmo excesivo. Estaban con unas banderitas de su país y gritaban y saltaban a más no poder. Era que no: estaban apoyando a sus niñas, que, al terminar el partido, se llevaron el triunfo por 2-0, con goles de Goto y Tanaka, ambos en el primer tiempo. Terminado el partido, las chicas (con pinta de niños) niponas se tomaron de las manos y comenzaron a hacer reverencias a todos los sectores del estadio.
Y ahora, terminado el partido, ¿qué hacíamos? Quedaba una hora para el comienzo del segundo partido de la jornada y no había que hacer. ¿Plata que gastar? Tampoco. Si en los estadios chilenos, las cosas para merendar no cuestan menos de 800 pesos (en esa época), aquí la cosa era peor: un vaso mediano de bebida costaba 1000 pesos. Mejor agarrar un vaso, ir al baño y llenarlo de agua.
Pero recuerdo que ese día hicimos una vaquita y nos pusimos como en el cine: compramos un balde enorme de cabritas y a esperar el segundo partido de la jornada: Congo vs. Alemania.
Ese día quedamos deslumbrados con la iluminación del estadio. Era notable. No había rincón del estadio que quedara sin luz.
Pero bueno. A lo que veníamos. Un poco antes de las siete, ingresaron ambas selecciones a la cancha. Al lado nuestro, una pequeña barrita alemana que estaba con una matraca gigante (de estas que tenía el Chavo del Ocho), hacía lo posible para molestar a todos los que estábamos cerca de ellos. Pero estaban en su ley: estaban apoyando a las chiquillas teutonas. Y nosotros solamente nos reíamos.
Antes del pitazo inicial, las chicas de la selección del Congo se reunieron en el círculo central, se sentaron a lo buda y la portera se quedó de pie. Al hacer esto, pusieron las manos en señal de "estamos conversando con Dios" y comenzaron a rezar. El público del estadio (que, a esa altura de la tarde, ya eran casi 4000 personas) miraba extrañado, incluyéndonos a nosotros. Veíamos a gente tomando fotos, como pensando que era parte de un ritual satánico que caería sobre nosotros. Pero nada, era simplemente un ritual religioso. Las chicas se pusieron de pie y todo el estadio aplaudió.
Recuerdo que quedamos impactados con el dominio abrumador de las chiquillas alemanas: a los 10 minutos ya ganaban por 2-0, con goles de Kim Kulig y Katharina Baunach (linda ella). Pero luego de esos goles, calmaron un poco las pasiones y manejaron el partido a su antojo, jugando con la desesperación de las congoleñas. El gol de penal de Isabel Kerchowski a los 43', terminó por sellar el partido y, además, marcó una tendencia en el estadio Chubi: el público apoyaría a la selección más débil, en este caso, el Congo.
Entretiempo y, como siempre, se escuchaba el asqueroso himno, en base reggaeton, del Mundial. Era una estupidez a la que lo único que se le entendía era la palabra "CHILE!". Por suerte, el "himno" era corto. Y ahí llegó esa canción que hasta el día de hoy la tengo pegada en la cabeza: Love Generation, de Bob Sinclair, que más adelante se convertiría en un verdadero himno para los que asistimos al Mundial (sobretodo la parte de los silbidos...notable).
Segundo tiempo y las alemanas seguían dominando el encuentro, merced además de un pobre arbitraje de la uruguaya Gabriela Bandeira. Nicole Banecki y otra vez Kim Kulig cerraron la goleada de Alemania sobre las congoleñas que, sin embargo, se retiraron con una ovación de la cancha sintética de La Florida por el esfuerzo demostrado.
Y esa vez nos retiramos cada uno con una preferencia: Felipe se quedó con Katharina Baunach, Hans se quedó con las pasapelotas y yo me quedé con Julia Simic y también con Baunach. Después de todo, hay que aprovechar, aparte de ver fútbol, de ejercitar la vista un poco. Y eso no le hace daño a nadie.
¿Y Chile? Bien, gracias. Ya había perdido 2-0 ante Inglaterra en el Francisco Sánchez Rumoroso y en un par de días más se venía Nueva Zelanda...pero eso es otra historia.

CONTINUARÁ