En Chile está la costumbre (mala costumbre) de ser más papistas que el Papa. Maestros en hacer juicios públicos a personas que no matan ni una mosca y cometen un error. Y apenas cometen ese error, de repente todos los "jueces" se convierten en blancas palomas. Se convierten en gente santa, pura, sana de mente, que nunca se ha equivocado en su vida. Y se sienten en el derecho de empezar a "tirar piedras", ya que están libres de pecado. Se sienten en el derecho de criticar o enjuiciar al que se les cruce. O al que cometió el error, que, en este caso, es el personaje de estos días: Omar Raúl Labruna.

El caso de Labruna es raro. Yo no soy quién para enjuiciarlo, por lo que ya expliqué. Además, los antecedentes están a la vista: mintió en decir que era su señora la que manejaba, corre el rumor de que habría estado en un "leve estado etílico" y además se investiga un supuesto cohecho con los funcionarios de Carabineros que le cursaron el parte.

Pero, ¿por qué seguir insistiendo, majaderamente, todos los días con el temita de Labruna? ¿Para qué seguir dándole en el suelo? ¿Mató a alguien? ¿Acaso nadie más choca otro auto en Chile? ¿Acaso nadie miente?

No creo que sea adecuado caer en las comparaciones con los casos de Johnny Herrera. Es más, no hay para qué, ya que son sucesos diametralmente opuestos. Lo que sí me gustaría notar es el énfasis mediático que se le dieron a ambos personajes: mientras a Herrera lo piden en la selección, a Labruna poco más piden que sea exiliado del país. O sea, con uno mezclan el fútbol y con el otro no.

Insisto: el show mediático y el excesivo juicio público que se le está haciendo a Omar Labruna es demasiado. Cometió un error, como todos lo hacemos. Reconoció su error, como pocos lo hacemos. Ahora, que asuma no más. Y que le de explicaciones a la gente que corresponde: a la justicia o, a lo más, a Blanco y Negro.

Y si el periodismo empieza con lo de "deberíamos estar hablando de fútbol", no reclamen. Ustedes empezaron